Maltrato
Supongamos que tiene usted un
hijo a punto de acabar una carrera en una universidad privada, ya que la
universidad pública de su ciudad no ofrece esa carrera. Bien. Supongamos que la
matrícula para este año ascendió a 9.000 euros. Bien. Carísima, pero nadie
obliga. Aunque si esa carrera estuviera en la universidad pública, qué duda
cabe que mejor. Supongamos que quiere lo mejor para su hijo y que se forme y
eso que suelen decir los políticos de la educación y el talento y la innovación
y la igualdad de oportunidades y lo de que “quizá el que descubra la solución
al cáncer u otros avances está ahora mismo estudiando”. Precioso. Supongamos
que es agosto de 2012, hace casi 10 meses, y usted, como no tiene ese dinero y
en virtud de lo que el propio gobierno de Navarra dispone, pide una beca que le
ayude y le acompañe en este trayecto. Suponga todo eso. Y entonces llame como
hice yo al teléfono de becas de Educación y pregunte si se sabe algo y una
señora con voz de estar harta y con voz no de estar harta de quienes llaman
sino de otros te diga que no, que nada aún de las becas correspondientes al
curso 2012-2013. Y colgar y pensar que después deben salir en el BON –también
el importe, los plazos, todo-, luego vendría la resolución por carta y luego el
pago, cuando llegue. Entonces pensar en quien te ha contado esto, pensar en que
fue a un banco y no le dieron crédito ninguno para cubrir estos meses, pensar
en los familiares que le han ayudado y cagarse en lo más barrido, en la
excelencia, en las becas en el extranjero y en toda la puñetera palabrería
hueca mientras ese muchacho sufre por ver sufrir a los suyos y ni Dios salvo
los suyos les ayuda. Iribas: dais pena. Pero más pena da que ni todo el dinero
del mundo supla la ansiedad que generáis a quienes decís defender.
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