25 mayo 2013

Maltrato

Supongamos que tiene usted un hijo a punto de acabar una carrera en una universidad privada, ya que la universidad pública de su ciudad no ofrece esa carrera. Bien. Supongamos que la matrícula para este año ascendió a 9.000 euros. Bien. Carísima, pero nadie obliga. Aunque si esa carrera estuviera en la universidad pública, qué duda cabe que mejor. Supongamos que quiere lo mejor para su hijo y que se forme y eso que suelen decir los políticos de la educación y el talento y la innovación y la igualdad de oportunidades y lo de que “quizá el que descubra la solución al cáncer u otros avances está ahora mismo estudiando”. Precioso. Supongamos que es agosto de 2012, hace casi 10 meses, y usted, como no tiene ese dinero y en virtud de lo que el propio gobierno de Navarra dispone, pide una beca que le ayude y le acompañe en este trayecto. Suponga todo eso. Y entonces llame como hice yo al teléfono de becas de Educación y pregunte si se sabe algo y una señora con voz de estar harta y con voz no de estar harta de quienes llaman sino de otros te diga que no, que nada aún de las becas correspondientes al curso 2012-2013. Y colgar y pensar que después deben salir en el BON –también el importe, los plazos, todo-, luego vendría la resolución por carta y luego el pago, cuando llegue. Entonces pensar en quien te ha contado esto, pensar en que fue a un banco y no le dieron crédito ninguno para cubrir estos meses, pensar en los familiares que le han ayudado y cagarse en lo más barrido, en la excelencia, en las becas en el extranjero y en toda la puñetera palabrería hueca mientras ese muchacho sufre por ver sufrir a los suyos y ni Dios salvo los suyos les ayuda. Iribas: dais pena. Pero más pena da que ni todo el dinero del mundo supla la ansiedad que generáis a quienes decís defender.