¿Hay o no?
¿Comienzan a notar en sus
sistemas nerviosos los efectos sedantes de las diferentes noticias que ya desde
hace unos días o incluso semanas hacen referencia a los Sanfermines? Yo, sí.
Cuando era crío y acababa el cole, me largaba a San Sebastián a casa de mi
primo, solo por no soportar los días previos. Ese nerviosismo que la gente es
que no se aguanta, ese olor como a fritanga que ayudado por el calor va
saliendo de todas partes, esas rubiazas llenas de ombligos... Insoportable.
Volvía el 5 a la tarde, me metía en la cama,
no dormía nada y a saco. Son increíbles, la verdad. Pero los días
anteriores deberían estar prohibidos –de la misma manera que habría que fusilar
a quien cante el Vals de Astráin fuera de fechas. Ahí, en el muro que antes
había a la derecha del Toki y el Sua-: la tómbola, el vallado, los toreros, las
ganaderías, que si el Riau-Riau sí, que si no, que quién tira el cohete, la
brasa de la escalera, los que van a venir a no sé qué, los feriantes, blá, blá.
¿A quién coño le importa eso? A nadie. ¿Y por qué? Porque a la gente –lógico-
lo que de verdad, pero de verdad de verdad, le gusta de Sanfermines es esto:
pimplar sin desmayo. No tienen más secreto. Podemos –y los estudiosos y castas
y los que hacen carrera con esto lo hacen y les alabo- vestir el santo como
queramos y seguro que sí que hay cosas bonitas y emocionantes y blá, pero al
pimple, la clave única y exclusiva es el pimple. ¿Hacemos una prueba?
Prohibamos el pimple un año. No se vende alcohol en Navarra del 1 de julio al 15.
Con un par. Y a ver quién se queda y se chupa todos los actos a aguas e
isostares y a ver qué puta gracia va teniendo la cosa. ¿No dice la gente que lo
lleva dentro, que es casi su adn, que no piensa en otra cosa y todos esos
autoengaños? ¡Mentirosos!
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